Seis cosas que no deseo para el año nuevo

By Ignasi Giró

Primero, antes que nada: NO nos deseo –ni a ti y a mí– que tengamos un feliz año 2015. Básicamente, porque solemos entender por feliz aquello que es dulce y tranquilo. Pero yo nos deseo agitación, novedades, dudas e incertidumbres. Ojo, que no le haré ascos a ciertas dosis de estabilidad y dulzura. Pero las ansío bien mezcladas con sal y pimienta. El dulce, al final, empalaga. Además, no se suele aprender mucho ni de la estabilidad, ni de la calma. Así pues, ¡menos «felicidad anestesiada» y más vida en vena, joder!

NO nos deseo, tampoco, buena suerte. Francamente, ni tú ni yo la necesitamos. Si hacemos las cosas como sabemos, si sudamos lo que tenemos que sudar, y más, mucho más, cuando alguien nos felicite por haber logrado esto o lo otro, y se atreva a escupirnos aquel clásico: «qué bien que hayamos tenido tanta suerte», lo único que nos apetecerá decirle es que la suerte no tuvo nada que ver, porque nos hemos dejado las cejas en el intento. La suerte es de quienes la buscan y, seguramente eso, buscarla, sea lo más parecido a lo que otros llaman tener suerte.

NO nos deseo cumplir con grandes sueños u objetivos magníficos o resoluciones maravillosas. No, para nada. La mayor recompensa será el propio camino, así que no quiero estrenar el año visualizando grandes metas o cimas doradas. Solo pido, solo deseo, días y más días largos. Horas, minutos y segundos plagados de cotidianidad constante y tozuda, sembrados de problemas que poco a poco resolvamos. Que con eso nos baste y nos sobre. Que nos acostemos pensando: «¡Menudo día más cojonudo!». Que nos levantemos diciendo: «¡Qué ganas de vivir hoy, coño!». Otros, más poéticos, te hablarán de Kavafis y de sus Ítacas. A mi me gusta citarle, porque me hace parecer más culto. Pero, por favor, no soñemos demasiado. Al contrario: despertemos. Despertemos mucho, a diario, incluso varias veces al día.

NO nos deseo que encontremos «el gran amor» de nuestras vidas. O que conservemos el que tengamos. Acaso te deseo, me deseo, que nos sigamos viendo en el espejo repletos de dudas, miedos y cicatrices y que, pese a ellas, nos sonriamos y toleremos con cariño. En la medida en que así lo hagamos, no hará falta mucho más. El amor con chiribitas, flashes y polvos legendarios llegará cuando toque. O sabremos cuidarlo si ya llegó hace tiempo. Seguro.

Tampoco nos deseo eso de «tener salud». La salud no se tiene de manera abstracta y estable. Más bien es algo que nos prestan temporalmente, con un único objetivo: que la vayamos gastando mientras estamos vivos. Nos deseo, eso sí, que la agotemos sabiamente. En vicios y placeres que lo valgan. Muriendo despacio, gota a gota. Consumiendo noches de desvelo inolvidables, proyectos que nos hagan sentir vivos, parejas que nos acerquen a nosotros mismos. Incluso, por qué no, borracheras que nos den alas para besar a quienes no hubiéramos besado estando sobrios –aunque en el fondo ya sepamos todos que la mayor borrachera imaginable es la de respirar profundamente, andar, dar un salto, seguir andando, seguir respirando–.

Finalmente, no puedo evitar NO desearnos una larga vida para este 2015 que ahora empieza. No, «porsupuestísimo» que no. Las biografías no ocupan más o menos páginas dependiendo de los años que vivió el sujeto biografiado. Nadie llora, hoy, porque Lord Byron jamás cumpliese los 40. O porque Papasseit se nos fuera rematadamente joven. Son la densidad de sus años, la intensidad de sus horas, lo que generó cuanto ahora recordamos. Así que –y aun a riesgo de parecer un adolescente que acaba de leer a Nietzsche, o de ver El Club de los Poetas Muertos– te deseo, nos deseo, la mayor densidad existencial posible. Y que dure lo que tenga que durar.

Que las vidas no son ni largas ni cortas. Las vidas son, y punto. Sigamos con la nuestra sin demora, que solo estamos vivos hasta que se demuestre lo contrario.

Imagen: Shutterstock