Cuatro consejos infalibles para cambiar de vida y ser feliz

By Ignasi Giró

Disculpa por el título. Es medio trampa. Pero es que estoy hasta los Huevos (sí: Huevos mayúsculos) de los artículos, pseudolibros, canciones, posts, conferenciantes y/o vídeos en YouTube (con o sin gatos) que proclaman apoteósicamente que nunca es tarde para cambiar tu vida del tirón y que tienes que “just go for it” y que es imperativo el “follow your dreams” porque solo se vive una vez y si te despistas, igual vives la vida de otro y eso no puede ser porque la vida es una fiesta y tú tienes que ser la releche y pasar por encima de cualquier cosa y/o persona y/o trabajo y/o “lo-que-sea” que te lo impida, siguiendo apresuradamente lo que te diga tu “re-que-te-sabio” corazón. Pausa para respirar. Seguimos.

Harto estoy, lo confirmo, de esta “caca-moda” que corre por redes cibernéticas, animando a la gente a que escuche sus “verdaderos” deseos y cambie su vida en un “plis-plas”. Bueno, no solo hartura tengo, también miedo. Porque lo del “Go for iiiiit!” puede tener más peligro que poner a Bárcenas de community manager de Bankia. No exagero.

Cualquier iluso inspirado puede soñar una sandez y, persiguiéndola, echar por tierra incontables cosas buenas. Desde relaciones personales hasta carreras profesionales, incluso pisos resultones en el centro con calefacción y todo. Poca broma.

La realidad, me temo, es mucho más prosaica de lo que algunos pogüerpoins sugieren. Es difícil que tus sueños te den buenos consejos, porque uno tiene que conocerse muy bien a sí mismo para soñar cosas con sentido.

Por lo general, nuestros sueños, tienden a ser dibujos esbozados por egos sobrealimentados, destinados a disfrazar carencias en lugar de activar virtudes. Si los taoístas, cuando dicen “¡Que se cumplan tus deseos!”, lo consideran una maldición, será por algo, ¿no?

Efectivamente: desear cosas y obtenerlas es una putada. Más, si basas tu felicidad en alcanzar cumbres, en lugar de disfrutar del camino recorrido hasta llegar a ellas. Es un poco como esa sensación de vacío que experimentas al entrar en una Apple store y darte cuenta de que no puedes comprar nada, porque ya tienes de todo.

Afortunadamente, para evitarla, Apple tiene a bien cambiar sus dispositivos cada dos estornudos, justo cuando la ansiedad se haría insoportable (lo tienen calculado, creo). Dudo mucho que sea igual de sencillo actualizar perpetuamente ambiciones personales (no, al menos, sin acabar hecho un emoticono. Ya me entiendes).

No, no es que defienda el inmovilismo, ni mucho menos. Me incomodan en exceso las vidas estáticas como balsas de aceite, donde cada elección trascendente prioriza la seguridad frente al riesgo. Adoro la insatisfacción crónica del que nunca deja de cuestionarse, peleando con optimismo y ganas para mejorar cuánto sea mejorable.

Es fantástico ese enfoque existencial. Simplemente aviso: el gran viaje no se hace en avión. Ni cambiando de curro, ciudad o pareja. El gran viaje es interior, completamente low-cost. Se hace sin moverse de casa. Consiste en recorrer pronombres personales. Primero te alejas del “yo”, luego pasas por el “tú”, eventualmente visitas el “ellos” y al final te aposentas en un “nosotros” grande y generoso. Allí te olvidas progresivamente de tonterías egocéntricas, y te centras en lo que realmente importa: aportar.

Esa es mi única vocación: aportar lo mejor de mí mismo a cuántas relaciones, empresas o ciudades tenga la suerte de conocer, tratando de irme luego dejando las cosas un poco mejor de como las encontré.

Sinceramente, pienso que a todo sujeto que aplique esta máxima difícilmente la vida le devolverá amarguras. Más bien, toneladas de sonrisas. Y si, eventualmente, le cae algún limón, sonrientemente lo cortará en rodajas, preparará unos gin tonics y montará una fiesta. ¿Quién trae el hielo? Lets go for it!