Querido Ignasi, eres un fracasado

By Ignasi Giró

Querido Ignasi (del año 1985),

Soy yo –es decir, tú– escribiéndote desde el futuro. Bueno, tu futuro, mi presente. Para ser más exacto, desde el año 2014. Esta noche he recordado aquella tarde del 85, cuando tenías 10 años. Saliste del cole cansado. De camino a casa te sentaste en un banco. Devorando unas pipas Churruca esbozaste en tu mente infantil una imagen de cómo podrías ser tú –es decir, yo– dentro de unos veinte años. Construiste un ideario enorme de certezas y éxitos alrededor de mi persona. Luego, acabadas las pipas, te fuiste a casa con prisa –creo que ese día tenías clase de Judo.

Pues bien, mira, por fin ha llegado el momento que imaginaste. El tiempo, que es más lento que un caracol, pero más terco que una mula, ha seguido su curso tranquilo, hasta llegar a hoy, momento elegido en que tu futuro es mi presente. Aquí estoy yo, con noticias frescas sobre aquél Ignasi que entonces soñaste.

Seré muy franco: no son buenas nuevas. El veredicto es claro. Querido Ignasi, tengo que decirte que eres –soy– un fracasado. Sí, suena fatal. Pero no encuentro mejor palabra para expresar la infinita distancia que separa lo que tú imaginaste que sería de lo que al final he acabado siendo. Vayamos por partes.

No tengo casa alguna, con o sin hipoteca. Nada. Cero. Ese piso grande y luminoso, con cuatro habitaciones gigantes, una nevera eterna y calefacción todos los días de la semana, simplemente no existe. Ni ha existido nunca. Ya sé: papá y el abuelo, a mi edad, ya tenían casa. Pero las cosas van como van.

En cualquier caso, no es el peor de mis fracasos. Lamento decirte que tampoco tengo hijos y que no fundé una familia. Los dos o tres chavales que pensaste, avispados y pillos, parecidos a ti, siguen en el limbo. Aunque tenga ya 38 tacos y quizás vaya siendo hora… Pero, mira, aún no ha pasado. Sigo siendo un no-padre fracasado.

Puedo imaginarte revuelto, confuso al leerme. Quizás reclamándome «Bueno, ¿y qué hay del curro? Tendrás al menos un buen trabajo, estable y bien pagado, ¿no?». No te asustes, Ignasi. Siéntate un momento, que esto es complicado.

Mira, el mundo ha cambiado mucho. Yo no tengo nada de eso. Ni la mayoría de mis amigos. No es que no tenga trabajo. Trabajo hay para aburrir. Otra cosa es que alguien te pague por hacerlo. Hice una buena carrera. Aprendí idiomas. Trabajé unos años para algunas empresas «gordas», de esas con recepción, secretarias y corbatas. Pero nada fue nunca demasiado estable ni mucho menos, seguro. Luego, hace un tiempo, decidí montar mi propia empresa. ¡Sí, soy «empresario»! No, no soy rico ni tengo yate. Lo que sí que tengo son algunos ataques de insomnio, pocas garantías de éxito y bastantes dolores de cabeza. Todo muy incierto. Todo muy complejo.

Pero lo peor, para ti, no será esto. Te conozco bien, sé lo que te ilusionaba, y tengo que añadir, muy avergonzado, que jamás logré ser delantero titular del Barça, ni grabé un disco, ni publiqué un libro. También en esas aventuras he fracasado estrepitosamente. Una lástima.

Pero no te preocupes por mí, por ti: ¡Estamos bien, en serio!

Aunque sea cierto que nunca publiqué un libro, he seguido escribiendo, guardo algunos manuscritos en casa, y lo que disfruté escribiéndolos no me lo va a quitar, ya, nadie.

Sigo tocando la guitarra, cantando de vez en cuando y, aunque sin disco, mis canciones se han convertido en un precioso mapa emocional de lo que ha sido nuestra vida.

Lo de no haber comprado nunca un piso me ha dado la oportunidad de vivir mil y una vidas distintas, más ligero de equipaje, más tranquilo.

Montar mi propia empresa ha sido –y es– una fascinante aventura. Jodidísima a ratos. Pero incalculablemente enriquecedora.

Aunque no tenga hijos, he construido muchas otras cosas –y vínculos– por el camino. Recuerdo besos y noches prodigiosas, en ciudades que hace años que no piso. Encima, finalmente, tras tantas olas y turbulencias, he encontrado un rayo de sol en Barcelona, con una chica llena de luz que, estoy seguro, si te cruzaras ahora mismo con ella, de vuelta a nuestra antigua casa, te dejaría completamente prendado.

Y sobre lo de las pocas certezas construídas y las muchísimas incertezas encima, verás, la vida me ha enseñado que el gran logro no está en eliminar las primeras, sino en aprender a convivir con las segundas –sin que te amarguen un dulce, o un café de domingo, o una tarde soleada en octubre.

En fin, ya me despido, Ignasi, que a este paso no llegarás a tu clase de Judo. Vete tranquilo y olvida todo esto cuánto antes, no vaya a condicionarte demasiado.

Con el tiempo, tu futuro y mi pasado se irán entrelazando, hasta unirse en un momento en que tú seas yo, y yo sea tú. Cuando eso suceda, intuyo que ya lo habrás entendido todo. Y te importará una mierda ser o no ser un fracasado.

Cúidate mucho, come fruta y no tengas –demasiado– miedo.

¡Nos vemos pronto, Ignasi!

Te quiere y te desea lo mejor,

Ignasi