La invasión de los (hijoputas) «buenistas»

By Ignasi Giró

Damas y caballeros, hay algo que me preocupa profundamente. Se trata del auge que está experimentando el «Buenismo», de la invasión de los (hijoputas) «Buenistas». De hecho, no solo me preocupa. También me jode. Y mucho. Por «Buenismo» entenderíamos lo que sucede cuando los típicos malnacidos de toda la vida, esos seres humanos con principios morales a la altura del betún (o menos), cínicamente y pese a su esencia hijoputera, optan por proyectar hacia el mundo exterior una imagen de buena onda, simpatía y «cambiemoselmundismo» con fines principalmente comerciales. Y encima, va y les funciona. Manda huevos. Mientras tanto, sotto voce, en sus círculos más íntimos, siguen actuando con sus empleados (o socios o amigos) rigiéndose por los mismos parámetros inmorales que siempre han profesado, con la impunidad y pachorra existencial que probablemente les ha acompañado (¡maldita sea!) toda la vida. Solo que ellos (o ellas) ahora van y parecen buenos.

Los visualizas, ¿verdad? Igual incluso mientras me lees tienes a alguno cerca. Ya sabes, son la típica mala gente que le baila las aguas a lo que toque. Cuando se llevó ser un «yuppie agresivo» y pisar al más pintado con tal de salirse con la suya, lo hicieron. Y ahora, viendo que lo que se lleva es la transparencia, el «twittersocialismo» bucólico y la «teoría del karma concéntrico positivo», se han dado a la caza y captura de humanos despistados que no tienen la menor idea de que el ser humano sonriente que le cuenta en un iPad ultrafino los principios (fantasiosos) por los que se rige su empresa, en realidad es un ser maquiavélico que le pisó la idea a un excuñado parlanchín y volvería a hacerlo si se le pone a tiro otro inocentón despistado.

Así son los «Buenistas»: expertos en dar conferencias sobre el valor de ser buenas personas que luego, si te despistas, mientras te firman su libro, te roban empresa, novia y cartera. Ilusionistas de la moral, capaces de moldear su persona en segundos, ahora versión Madre Teresa (de Calcuta), ahora versión Mario (Conde), para deleite de quienes les conocen de hace poco… y tragedia segura de quienes llevan años a su lado.

Sé de lo que hablo. Mi primera jefa era una de las mayores «Buenistas» que he conocido nunca. La misma persona capaz de sumir en ansiedades agudas a empleados «requetefrustrados» podía plantarse luego delante de un auditorio abarrotado y contar mil maravillas tecnológicas que iban a re-diseñar el mundo, seduciéndolos a todos. El problema era que nadie que la conociera de cerca se atrevía a delatarla y nadie que no la conociera de cerca, a sospechar su fondo cabroncísimo.

Ese es el gran drama (y la gran fuerza) del «Buenismo»: el miedo y la incredulidad le dan alas. He visto a gentes que tras hacerle mobbing a la secretaria (porque se quedó embarazada) firman un acuerdo con una ONG a favor de conciliar vida familiar y curro, pasan por casa a besar a su esposa, pillan el BMW (porque hay marrón en la agencia) y se largan de fiesta (o peor) como si no hubiera un mañana. Que sí, que marrón había. Solo que se lo fuma el de siempre. Y a él, nuestro «Buenista», cava y alegría, sin miserias, que para eso está la VISA de empresa.

¿Qué dice la ciencia al respecto? Recientes estadísticas muestran que aproximadamente un 20% de la gente es mala. Mala de «muy mala», de «malomalísimos». Después hay un 40% de buena gente, muy buena gente. El restante 40% se deja llevar por lo que haga la mayoría (ya les vale). Obviando a los malísimos (por favor: si eres un hijoputa, deja de leer este artículo inmediatamente), me dirijo al restante 60% de la humanidad. Este es un mensaje universal: amigas, amigos, no podemos permitir que se salgan con la suya. Tenemos que hacer piña entre nosotros. ¡Los buenos tenemos que ganar la batalla!

Pero leyendo el párrafo anterior, en el cual me autodefino como «bueno», es probable que hayas soltado un «¡Ay!» mayúsculo, dándote cuenta de que yo mismo podría ser otro «Buenista». Solo que uno un poco más retorcido, que lanzase un órdago a la banca escribiendo un artículo en contra del mismo «Buenismo» que él (¿yo?) abraza. Y lo más «requetejodido» de todo es que responderé a tus dudas con otro «¡Ay!» melancólico, admitiendo que tu argumento es intachable y que soy incapaz de demostrar una cosa o la contraria, dando por fracasado este artículo.

¿No hay esperanza, entonces, para el mundo? ¿Acabará el «Buenismo» logrando que incluso los buenos se confundan y se peleen entre ellos? Ni idea. Todo dependerá del acierto que tengamos diferenciando a los unos de los otros. Y de lo dispuestos que estemos a dejar que nos tomen el pelo. Porque ese es el precio que hay que pagar para detectar buenas personas y mantenerlas a tu lado: darles la oportunidad de que te jodan bien jodido, confiando profundamente en ellas. Sin asumir ese riesgo, no hay premio gordo y ganan ellos. Los «Buenistas». Los malos.