Mi profecía sobre el inminente hundimiento de Facebook
By Ignasi Giró
Ahora, que aún no lo parece. Ahora, que mola mogollón, es el momento de lanzarse a la piscina, atarse los machos y predecir de una vez por todas el inminente hundimiento de Facebook (ruego al lector acompañe mentalmente las palabras subrayadas con música tremendista y sonoro “¡Requetepúm!”). Sí, he dicho lo que nadie imagina, he afirmado lo que pocos intuyen: se acerca irremisiblemente… (atención al subrayado) ¡el inminente hundimiento de Facebook!
Esbozado ya el gran titular, hecha la predicción, procedo a enumerar las razones sobre las cuales me sustento. Ojo: para dificultar la tarea de pseudo-gurús copiotas (que previsiblemente asaltarán mi profecía para hacerla suya) desordenaré las ideas, seré caótico en la forma, pero mantendré el fondo sólido y tenaz como un dolor de muelas.
– Primero (y fundamental): Facebook se va a hundir porque ya cansa. Así de sencillo. Cansa andar perdiendo tiempo en algo que apenas te compensa luego por el tiempo perdido ahí. Piénsalo: si todas las horas que has invertido en “la maligna” (así me referiré a la red social a partir de ahora) las hubieras dedicado a aprender alemán online, hoy chapurrearías ese idioma y podrías ponerlo en tu currículum. A cambio, ¿qué? ¿Descubrir que tu ex de Granada por fin se ha casado? ¿Ligar con una antigua compañera de EGB? ¿Confirmar que la secretaria de Martínez tiene celulitis cotilleando en su álbum “Ibiza con Marilolis y Juanny”? Eso no es valor. Eso, lo diré claro, es una mierda. Y ya cansa.
– Más razones para el inminente hundimiento: “la maligna” es una desastrosa gestora de información. En cuánto superas la decena de páginas que te gustan y los cien o doscientos amigos, tu timeline se convierte en una especie de papilla de contenidos digitales desordenados, sin categorizar y prácticamente imposibles de recuperar a las pocas horas de haber aparecido.
Vamos, que ser amigo de Pepe o de la marca “X” ya no es una forma demasiado eficiente de saber lo que Pepe o esa marca van contando, dado que de todos sus posts es probable que te pierdas más de la mitad, incluso si consultas “la maligna” repetidas veces al día. Vale, sí: siempre podrás entrar en su perfil y leer lo que han colgado (practiquísimo) o usar grupos de amigos y ordenar la papilla en bloques más digeribles.
Pero, francamente, ¿a quién le apetece organizar sus tropecientos amigos en grupos? ¿O ir página por página, sin RSS ni leches que te avise si hay algo nuevo o no? Además, si tanto se iba a liar la cosa, ¿no podrían haber avisado antes? Mira Google+ como lo ha comprendido de bien, que no te permite ni siquiera invitar a nadie sin especificar en qué círculo de relaciones le quieres incluir. A eso le llamo yo ser previsor (tome nota, sr. Zuckerberg).
– Ya que hablamos de ver o no ver cosas, otro tema que me sobreexcita especialmente: el factor OSM, “Oh, ¡sorpresa!” (y mala) ¿Lo qué? Me explico. El factor OSM es la sensación que se te queda cuando te curras una página en Facebook para que tus colegas conozcan las últimas noticias sobre “lo-que-te-de-la-gana” y de repente un día va “la maligna” y decide que todo el que entre en ella no verá los posts por orden cronológico, sino en otro orden. El que a ella le ha dado la real gana.
Eso, francamente y hablando en plata, es mala leche. Y tardar más de un mes en solucionarlo, ya no es que sea mala leche, sino que es una putada. Encima, sumaron un criterio de ranking denominado “Top News” y fraguado en base a un algoritmo tan misterioso y oculto como la fórmula de la Coca-Cola… ¿Sabes como le llamo yo a ese algoritmo? Mejor no lo escribo aquí, que me bannean el artículo.
Tampoco diré lo que de esta red dicen quienes programan en ella. Pocos halagos hay para una plataforma que es volátil y cambiante como el buen tiempo en Londres en primavera. Cuando menos te lo esperas, se cargan un módulo, cambian las normas y actualizan algo que funcionaba divinamente (para convertirlo en algo que la mitad de las veces no carga y la otra mitad no hace ni la mitad de lo que hacía antes) Además, es más fácil consultarle al Papa sobre temas de la volatilidad del alma que a Facebook sobre dudas acerca de una app que no chuta. En fin, todo un pack digno de ser servido frío y en bandeja a tu peor enemigo.
Obviamente, dado que las masas están dentro, ahí que vamos todos como buenamente podemos, para hacer ruido o vender más o mendigar likes o ganar premios. Doy fe, desde la humilde perspectiva de quien se ha peleado con diversas campañas en esos lares, que se trabaja duramente para tratar de proponer valor y seducir dignamente. De ahí a que lo logremos, hay un trecho. No me atrevería a pronosticar si estamos más cerca del inicio o del final de ese trecho. Así de desorientado está el sector, mira.
¿Y qué me decís sobre la calidad de lo que se publica en Facebook? Seguramente, sólo por haber leído en la misma frase las palabras “calidad” y el nombre de la red, algo haya chirriado en tu mente. Lo sé, lo sé. De calidad, en “la maligna”, la justa. Pero analicémoslo con rigor, no vayan a tildarnos de fatalistas. Hay varias tipologías de generadores de contenidos:
· Gente corriente que quiere parecer cool
· Gente cool que quiere que todos sepamos que son cool
· Gente corriente pero que no tiene criterio alguno sobre lo poco que a ti te interesa que acaben de ir al baño
· Aprendices de gurús que piensan que por tener 876 amigos son expertos en social media
· Páginas de periódicos y revistas de diversas temáticas y dominios
· Páginas de todo tipo de empresas, profesionales o grupos, creadas tras un subidón dospuntoceroniano, con mal criterio y menos continuidad
· Marcas que quieren parecer gente normal
· Marcas que no saben muy bien qué quieren parecer
· Marcas que se piensan que contándonos cosas que han subido otras páginas o personas más interesantes que ellas, nos inducirán deseos de comprarles sus productos
· Algunas marca (pocas) que innovan, se lo curran y saben por dónde van los tiros
· Gente como ese chaval de 15 años, cabreado, residente en Almería, que tiene 23 perfiles falsos y mucha mala leche
· Un tipo honesto que conociste en un congreso hace seis años
· Desaprensivos cuyo único objetivo es crear un perfil con más de 100 mil likes para luego spamearlo sin piedad
· Trolls que van detrás de datos, nombres y fotografías
· Atracadores escondidos detrás de chicas y chicos guapos, que se pirran por tenerte como amigo, saber si andas en Ibiza y desvalijarte la casa
Sí. Estos son los principales arquitectos que construyen la papilla digital diaria que invade nuestros muros. Viéndolos uno a uno, resulta inevitable concluir que las probabilidades de que un post nos interese no parecen ser muy altas.
No digo que no haya cosas de interés (que las hay), pero, ¿y la paja? Entrar en “la maligna” implica gestionar cantidades ingentes de paja. Masticarla, probarla, escupirla, masticarla, probarla… y así hasta que logras encontrar algo decente y comestible. Francamente, ¿compensa? Si estoy escribiendo este artículo pronosticando el (¡atención!) inminente hundimiento de Facebook es porque mi respuesta a la pregunta es que no.
Pero aún hay algo más. Algo así como el famoso “one more thing” de Jobs, pero en versión”one more bad thing”. Lo he ido dejando para el final, porque es lo más revelador de cuanto estoy revelando hoy. Yo mismo tardé varios años en darme cuenta y otros tantos en aceptarlo. Al loro, que lo lanzo ya: Lo peor de “la maligna” es que nos hace ser peores personas.
Tal cual. Peores personas. No saca lo bueno que hay en ti, sino que saca lo malo, lo necio, lo gris. Te engancha a una dinámica de “self broadcasting” en la cual compras billetes de avión pensando en los “Likes”que te dará el check-in en el aeropuerto de destino. Te convierte en un ser “bobodigitalizado” que es incapaz de centrarse en una charla analógica porque un conocido en Tailandia se ha tirado un pedo. Interrumpe a diario millares de cenas en restaurantes mega cools porque, si no lo posteas, no ha pasado, y si no ha pasado, nadie lo likea, y si nadie lo likea, no sirve para nada.
Engorda tu ego sin que te des cuenta de ello, rescatando el famosete frustado que habita en tu interior. Te hace sentir que las nimiedades de tu día a día son realmente interesantes para gran parte del mundo, cuando realmente lo que sucede es mucho más lóbrego y triste. El mundo (es decir, tu puñado de falsos amigos digitales que hace siglos que no ves) fingen que les interesan, regalándote sus “likes”, para que luego tu les respondas con sendos aprecios, o simplemente arañar un poco de popularidad a costa de tu ingenio, completándose así el círculo de peloteo y egocentrismo crónico más diabólico y despiadado que jamás haya concebido el ser humano.
Un círculo que a corto plazo parece divertido e incluso útil, pero que muy pronto se revela como un arma de doble filo que produce infelicidad, ansiedad, mala leche y estrés. Sin olvidar los divorcios y disgustos, que también los hay a su costa, y no son pocos. Vamos, que “la maligna” se ha ganado su nombre a pulso.
Dicho esto, mi profecía sobre el hundimiento de Facebook queda adecuadamente lanzada y -considero- que plenamente justificada. Imagino que el lector ya estará buscando formas de darse de baja. ¡Tachán! Sorpresa final: no puedes. No está contemplado que vayas, lo borres todo y desaparezcas de la faz de la red esa. Ya en su día, cuándo entraste, aceptaste cederles todo lo que has ido compartiendo, para que se lo guarden el tiempo que consideren oportuno en sus servidores de California. Mola, ¿verdad? A lo sumo podrás desactivar tu perfil, lo cual sabe a poco después de mi jugosa revelación. Pero algo es algo.
De todas formas y pese a todo, yo no me daré aún de baja en Facebook. No por incoherencia, no, sino por curiosidad: quiero ser testigo de su caída desde dentro. Por eso seguiré un tiempo en “la maligna”, mal que me pese. Fingiré divertirme posteando algunas cosas o comentaré otras que no me interesan lo más mínimo. Incluso desperdigaré likes sin moderación ni criterio entre los amigos que más me rían las gracias. Creedme, será pura fachada. Mi corazón lo detestará profundamente. Es pura estrategia de contraespionaje digital. Le quedan dos días, de verdad.
Esbozado ya el gran titular, hecha la predicción, procedo a enumerar las razones sobre las cuales me sustento. Ojo: para dificultar la tarea de pseudo-gurús copiotas (que previsiblemente asaltarán mi profecía para hacerla suya) desordenaré las ideas, seré caótico en la forma, pero mantendré el fondo sólido y tenaz como un dolor de muelas.
– Primero (y fundamental): Facebook se va a hundir porque ya cansa. Así de sencillo. Cansa andar perdiendo tiempo en algo que apenas te compensa luego por el tiempo perdido ahí. Piénsalo: si todas las horas que has invertido en “la maligna” (así me referiré a la red social a partir de ahora) las hubieras dedicado a aprender alemán online, hoy chapurrearías ese idioma y podrías ponerlo en tu currículum. A cambio, ¿qué? ¿Descubrir que tu ex de Granada por fin se ha casado? ¿Ligar con una antigua compañera de EGB? ¿Confirmar que la secretaria de Martínez tiene celulitis cotilleando en su álbum “Ibiza con Marilolis y Juanny”? Eso no es valor. Eso, lo diré claro, es una mierda. Y ya cansa.
– Más razones para el inminente hundimiento: “la maligna” es una desastrosa gestora de información. En cuánto superas la decena de páginas que te gustan y los cien o doscientos amigos, tu timeline se convierte en una especie de papilla de contenidos digitales desordenados, sin categorizar y prácticamente imposibles de recuperar a las pocas horas de haber aparecido.
Vamos, que ser amigo de Pepe o de la marca “X” ya no es una forma demasiado eficiente de saber lo que Pepe o esa marca van contando, dado que de todos sus posts es probable que te pierdas más de la mitad, incluso si consultas “la maligna” repetidas veces al día. Vale, sí: siempre podrás entrar en su perfil y leer lo que han colgado (practiquísimo) o usar grupos de amigos y ordenar la papilla en bloques más digeribles.
Pero, francamente, ¿a quién le apetece organizar sus tropecientos amigos en grupos? ¿O ir página por página, sin RSS ni leches que te avise si hay algo nuevo o no? Además, si tanto se iba a liar la cosa, ¿no podrían haber avisado antes? Mira Google+ como lo ha comprendido de bien, que no te permite ni siquiera invitar a nadie sin especificar en qué círculo de relaciones le quieres incluir. A eso le llamo yo ser previsor (tome nota, sr. Zuckerberg).
– Ya que hablamos de ver o no ver cosas, otro tema que me sobreexcita especialmente: el factor OSM, “Oh, ¡sorpresa!” (y mala) ¿Lo qué? Me explico. El factor OSM es la sensación que se te queda cuando te curras una página en Facebook para que tus colegas conozcan las últimas noticias sobre “lo-que-te-de-la-gana” y de repente un día va “la maligna” y decide que todo el que entre en ella no verá los posts por orden cronológico, sino en otro orden. El que a ella le ha dado la real gana.
Eso, francamente y hablando en plata, es mala leche. Y tardar más de un mes en solucionarlo, ya no es que sea mala leche, sino que es una putada. Encima, sumaron un criterio de ranking denominado “Top News” y fraguado en base a un algoritmo tan misterioso y oculto como la fórmula de la Coca-Cola… ¿Sabes como le llamo yo a ese algoritmo? Mejor no lo escribo aquí, que me bannean el artículo.
Tampoco diré lo que de esta red dicen quienes programan en ella. Pocos halagos hay para una plataforma que es volátil y cambiante como el buen tiempo en Londres en primavera. Cuando menos te lo esperas, se cargan un módulo, cambian las normas y actualizan algo que funcionaba divinamente (para convertirlo en algo que la mitad de las veces no carga y la otra mitad no hace ni la mitad de lo que hacía antes) Además, es más fácil consultarle al Papa sobre temas de la volatilidad del alma que a Facebook sobre dudas acerca de una app que no chuta. En fin, todo un pack digno de ser servido frío y en bandeja a tu peor enemigo.
Obviamente, dado que las masas están dentro, ahí que vamos todos como buenamente podemos, para hacer ruido o vender más o mendigar likes o ganar premios. Doy fe, desde la humilde perspectiva de quien se ha peleado con diversas campañas en esos lares, que se trabaja duramente para tratar de proponer valor y seducir dignamente. De ahí a que lo logremos, hay un trecho. No me atrevería a pronosticar si estamos más cerca del inicio o del final de ese trecho. Así de desorientado está el sector, mira.
¿Y qué me decís sobre la calidad de lo que se publica en Facebook? Seguramente, sólo por haber leído en la misma frase las palabras “calidad” y el nombre de la red, algo haya chirriado en tu mente. Lo sé, lo sé. De calidad, en “la maligna”, la justa. Pero analicémoslo con rigor, no vayan a tildarnos de fatalistas. Hay varias tipologías de generadores de contenidos:
· Gente corriente que quiere parecer cool
· Gente cool que quiere que todos sepamos que son cool
· Gente corriente pero que no tiene criterio alguno sobre lo poco que a ti te interesa que acaben de ir al baño
· Aprendices de gurús que piensan que por tener 876 amigos son expertos en social media
· Páginas de periódicos y revistas de diversas temáticas y dominios
· Páginas de todo tipo de empresas, profesionales o grupos, creadas tras un subidón dospuntoceroniano, con mal criterio y menos continuidad
· Marcas que quieren parecer gente normal
· Marcas que no saben muy bien qué quieren parecer
· Marcas que se piensan que contándonos cosas que han subido otras páginas o personas más interesantes que ellas, nos inducirán deseos de comprarles sus productos
· Algunas marca (pocas) que innovan, se lo curran y saben por dónde van los tiros
· Gente como ese chaval de 15 años, cabreado, residente en Almería, que tiene 23 perfiles falsos y mucha mala leche
· Un tipo honesto que conociste en un congreso hace seis años
· Desaprensivos cuyo único objetivo es crear un perfil con más de 100 mil likes para luego spamearlo sin piedad
· Trolls que van detrás de datos, nombres y fotografías
· Atracadores escondidos detrás de chicas y chicos guapos, que se pirran por tenerte como amigo, saber si andas en Ibiza y desvalijarte la casa
Sí. Estos son los principales arquitectos que construyen la papilla digital diaria que invade nuestros muros. Viéndolos uno a uno, resulta inevitable concluir que las probabilidades de que un post nos interese no parecen ser muy altas.
No digo que no haya cosas de interés (que las hay), pero, ¿y la paja? Entrar en “la maligna” implica gestionar cantidades ingentes de paja. Masticarla, probarla, escupirla, masticarla, probarla… y así hasta que logras encontrar algo decente y comestible. Francamente, ¿compensa? Si estoy escribiendo este artículo pronosticando el (¡atención!) inminente hundimiento de Facebook es porque mi respuesta a la pregunta es que no.
Pero aún hay algo más. Algo así como el famoso “one more thing” de Jobs, pero en versión”one more bad thing”. Lo he ido dejando para el final, porque es lo más revelador de cuanto estoy revelando hoy. Yo mismo tardé varios años en darme cuenta y otros tantos en aceptarlo. Al loro, que lo lanzo ya: Lo peor de “la maligna” es que nos hace ser peores personas.
Tal cual. Peores personas. No saca lo bueno que hay en ti, sino que saca lo malo, lo necio, lo gris. Te engancha a una dinámica de “self broadcasting” en la cual compras billetes de avión pensando en los “Likes”que te dará el check-in en el aeropuerto de destino. Te convierte en un ser “bobodigitalizado” que es incapaz de centrarse en una charla analógica porque un conocido en Tailandia se ha tirado un pedo. Interrumpe a diario millares de cenas en restaurantes mega cools porque, si no lo posteas, no ha pasado, y si no ha pasado, nadie lo likea, y si nadie lo likea, no sirve para nada.
Engorda tu ego sin que te des cuenta de ello, rescatando el famosete frustado que habita en tu interior. Te hace sentir que las nimiedades de tu día a día son realmente interesantes para gran parte del mundo, cuando realmente lo que sucede es mucho más lóbrego y triste. El mundo (es decir, tu puñado de falsos amigos digitales que hace siglos que no ves) fingen que les interesan, regalándote sus “likes”, para que luego tu les respondas con sendos aprecios, o simplemente arañar un poco de popularidad a costa de tu ingenio, completándose así el círculo de peloteo y egocentrismo crónico más diabólico y despiadado que jamás haya concebido el ser humano.
Un círculo que a corto plazo parece divertido e incluso útil, pero que muy pronto se revela como un arma de doble filo que produce infelicidad, ansiedad, mala leche y estrés. Sin olvidar los divorcios y disgustos, que también los hay a su costa, y no son pocos. Vamos, que “la maligna” se ha ganado su nombre a pulso.
Dicho esto, mi profecía sobre el hundimiento de Facebook queda adecuadamente lanzada y -considero- que plenamente justificada. Imagino que el lector ya estará buscando formas de darse de baja. ¡Tachán! Sorpresa final: no puedes. No está contemplado que vayas, lo borres todo y desaparezcas de la faz de la red esa. Ya en su día, cuándo entraste, aceptaste cederles todo lo que has ido compartiendo, para que se lo guarden el tiempo que consideren oportuno en sus servidores de California. Mola, ¿verdad? A lo sumo podrás desactivar tu perfil, lo cual sabe a poco después de mi jugosa revelación. Pero algo es algo.
De todas formas y pese a todo, yo no me daré aún de baja en Facebook. No por incoherencia, no, sino por curiosidad: quiero ser testigo de su caída desde dentro. Por eso seguiré un tiempo en “la maligna”, mal que me pese. Fingiré divertirme posteando algunas cosas o comentaré otras que no me interesan lo más mínimo. Incluso desperdigaré likes sin moderación ni criterio entre los amigos que más me rían las gracias. Creedme, será pura fachada. Mi corazón lo detestará profundamente. Es pura estrategia de contraespionaje digital. Le quedan dos días, de verdad.