Mi reality funding
By Ignasi Giró
No os voy a engañar: lanzar un crowdfunding acojona. Acojona bastante. Primero, porque un crowdfunding no es, realmente, un crowdfunding. Más bien es un reality-funding, llamémosle ‘Realityf’. Una especie de mix entre Gran Hermano, El aprendiz y una peli de miedo donde encierran a un par de emprendedores en un edificio repleto de trampas para tenerles ahí sudando la gota gorda todo el rato. Eso sí, hay café a destajo. Eso lo hace más llevadero, claro. Todo esto no lo digo por decir. Os lo confieso desde lo más profundo de mi agitado corazón de emprendedor asustado que está, ahora mismo, hoy, sufriendo todas las consecuencias (buenas y malas) de meterse en esa camisa de once mil varas que es un reality-funding.
Así es: ando en pleno “Realityf”. Hace apenas unas semanas, tras meses de sudoraciones agudas, le dimos forma a nuestra idea de producto, finiquitamos un prototipo operativo de la Timeless Box, produjimos la mejor película que pudimos y, al más puro estilo “Julito & Friends in Miami (Beach)”, nos desabrochamos la camisa, cogimos un gin-tonic y subimos al escenario al grito de “Hey!, Here I am!”. Entonces, cruzamos los dedos y dijimos eso de “Virgencita, virgencita, que no huela”. Esperando que la gente no nos tirase tomates. Soñando con flores, loas y millonarias donaciones. Todo ello, con un cierto temblor de piernas también. Y flojera en el bajo vientre. Obvio.
A partir de ese momento, tu vida ya no es tuya. Algo se rompe. Te pierdes para siempre. Tu vida pasa a pertenecer a una fuerza interior que no te deja dormir, que te jode pelis, que te avasalla todo el rato, que te habla, que te pide incesantemente alguna de estas cosas:
A) Que hagas un refresh (¡pero ya!) de tu página en Indiegogo, a ver si algún desconocido japonés ha hecho un pledge (donación) y tu NI* ha subido X euros (* Con NI me refiero al ‘numerito infernal’, que es la cifra de dinero contante y sonante que llevas recaudada, siempre visible, siempre acusadora, siempre indolente).
B) Que te tomes otro café.
C) Que mandes más emails a más periodistas, a más bloggers, a más conocidos, a tu tía, a tus primos de Munich. ¡A quién sea! Para que lo publiquen o hablen de ello o compren una Timeless Box… o todo junto.
D) Que busques compulsivamente en Google las palabras clave de tu proyecto, a ver si alguien más ha publicado la noticia.
D-2) Si no sale nada, empieces a buscar otras palabras. La cuestión es buscar, buscar, buscar…
E) Que repitas el paso A)
F) Que repitas el D). Y el D-2).
G) Que, bajo ningún concepto, decidas dejar de fumar. Ni quedarte sin tabaco pasadas las ocho de la tarde, solo en la ofi, en una nave industrial gigantesca en un polígono cuyo nombre no recuerdo (por ejemplo).
Este escenario vital, que no exagero ni un solo pelo, digámoslo alto y claro: no es vida. Es un infierno. Una tortura china. Lo peor de todo es que puede durar hasta 40 días. Cuarenta interminables días en los que vives pendiente de un hilo. El hilo de un nuevo email en tu inbox indicando que alguien ha decidido echarte una mano y dejarse los cuartos apoyando tu idea. O no. Por si todo esto fuera poco, ahí están las estadísticas, repitiéndote que en más del 60% de los casos la cosa acaba mal y el reality-funding termina con el NI por debajo del límite mínimo solicitado (y con el emprendedor en la UVI musitándole a la enfermera que haga otro refresh, a ver si se había quedado la caché bloqueada y a última hora alguien desde San Francisco donó tres millones de dólares). Estas cosas pasan, no me las invento.
Hay, además, efectos secundarios graves. Cosas a vigilar. Una de ellas es que, a fuerza de hacerte pesado, tu dirección de email acabe siendo incluida en la lista negra de ‘spammers destacados’ de medios de comunicación de todo mundo. Para sortear este problema, tenemos a un dinosaurio como director de New Business, que va mandando notas de prensa sonrientemente. Me explico: un dinosaurio de plástico, naranja, de los chinos. Hasta tiene perfil en Linkedin. Algo ayuda. Aunque el día en que un periodista de Fast Company llamó preguntando por él, para entrevistarle, entendí que quizás habíamos ido demasiado lejos. Mi consejo en este asunto es claro: mejor ser pesado que ignorado. Tu dale al send hasta que alguien responda. No desesperes.
Otro efecto secundario de lanzarse a la aventura es el bien conocido ‘Efecto del cuñado cabrón’. Lo sientes en el momento en que parte del universo conocido empieza a mirarte de reojo, murmurando que “el producto es demasiado caro”, o que “la acción de PR no está bien hilvanada”, o que “no lo comunicas como toca”, etc. Porque, sí, eso también ocurre. De súbito, descubres que estás rodeado de expertos en marketing, diseño industrial y PR. Eso sí: solo se erigen en expertos en el momento en que se huelen que igual te la pegas. Antes, callaban y asentían. Dicho sea también, en aras de la verdad más absoluta, que por cada ‘cuñado cabrón’, suelen aparecer diez ‘ángeles conocidos’ que sueltan pasta, emails de ánimo, sonrisas y abrazos para ayudarte a que lo consigas. Es gracias a ellas y ellos que tiras ‘palante’. Son los imprescindibles para superar un reality-funding.
A nivel sociológico, sucede algo curiosísimo: te das cuenta de que en el mundo hay dos tipos de personas.
Tipo 1) Las que dicen que les encanta lo que haces, te likean en tres sitios a la vez, se deshacen en elogios, te mandan emails que te sonrojan… Pero no donan ni un mísero euro para ayudarte a hacer realidad tu proyecto.
Tipo 2) Las que, independientemente de lo que digan, desde el minuto cero se rascan el bolsillo y te ayudan, conscientes de que, sin ellas, sin su dinero, esta idea nunca será real.
Tu misión como emprendedor en pleno reality-funding es pelear por que las del Tipo 1) comprendan que esto no es una acción que busque un ‘like’ o un ‘cómo mola!’. Esto es un juicio sumarísimo a una idea. Es una espada de Damocles colgada de un sueño que en 30 días caerá y lo cortará a pedazos salvo que muchas personas decidan hacerlo realidad. Obviamente, no se trata de que chantajees emocionalmente a la gente para que acaben comprándote tu idea. De hecho, es bueno que muchos crowdfundings no salgan adelante.
Así depuramos el mundo de ideas malas. O, simplemente, de ideas que no hacen tanta falta como otras. Pero sí es importante dejarles claro a quienes adoran tu idea que no basta con eso, con adorarla. Que si no se mojan el culo, su culo, de nada te sirven sus ‘waos’. Que si les mola, hagan el favor de pasar por caja. Igual que como pasan por caja a por tabaco, cañas o parkings de madrugada.
Además, aquí surge otro problema. Un crowdfunding no es necesariamente el ‘test definitivo’ para valorar si un producto va o no va a funcionar. Esto es debido a que los procesos que hacen que unos proyectos triunfen y otros fracasen no son tan ‘transparentes’ ni orgánicos como pensamos. De entrada, cada plataforma (ya sea Kickstarter, Indiegogo o Verkami, por citar tres) es como un ‘miniuniverso googleiano’ donde el valor de estar en la home vale millones… pero lograrlo no es tan fácil.
Hay algoritmos secretos, rankings misteriosos y trucos extraños que pocos conocen de los cuales dependerá tu destino final. Saber tocar las teclas necesarias para ir subiendo en los escalafones hasta lograr ser mencionado en los medios habituales de cada plataforma es vital para sobrevivir en este mundo raro raro en que te has metido. Por eso, a veces, productos fantásticos se pierden en la página 234 de “most popular ideas”, mientras que tontadas inconcebibles levantan un cuarto de millón de dólares en apenas cinco o diez días de campaña. ¡Y tú que pensabas que esto iba de tener un buen producto y que te lo publicasen en Wired! Pues no, no es tan sencillo.
Pero, oiga, no se asuste: tenemos buenas noticias. No estás solo para navegar en estos mares. Hay un nuevo tipo de agencia que no imaginabas: las agencias de PR especializadas en campañas de crowdfunding. No solo eso. Están, también, las agencias de PR especializadas en campañas de crowdfunding en Indiegogo. Te enteras porque, a los pocos minutos de darle al botón y activar tu campaña, empiezan a bombardearte con spam por todos los canales que pueden. Y si bien muchas no dejan de ser engañabobos que poco valor pueden aportarte, las hay muy potentes que, si consigues que te echen un cable, pueden cambiar tu suerte sustancialmente.
Luego está todo el PR que puedas hacer. Ya sabes, del de toda la vida. Eso consume más energía que marcarte un triatlón a la pata coja. Pero hay que hacerlo. Primero, te conviertes en un ser pegado al teléfono, llamando a infinidad de nombres, empresas, radios, revistas. Luego, si hay suerte, entras en una ‘tournée gratuita’, plantándote en cada plató, emisora, café o redacción a la cual te inviten, con tu invento en mano y la mejor de tus sonrisas, a venderlo “todo, todo y todo”. Y luego, al volver a casa, te lanzas encima del iPhone a ver cómo ha ido, cuántas visitas ha generado, cuántos pedidos han entrado.
En paralelo a todo esto, aderezan tus maratonianas jornadas emails de constructores chinos que prometen entregarte tu producto en siete días laborables sin necesidad de que les mandes planos (siempre y cuando pagues ya, algo, por paypal). Y, durante las madrugadas (¡Ay, las madrugadas!), cuando el insomnio ataca, Google Analytics te descubre que hay una visita extraña procedente de Dinamarca, que lleva media hora en la home sin hacer click en ningún lado. Tú la miras, obseso, compulsivo, como pidiéndole que hable, que diga algo, que se pronuncie. Sueles hacerlo apurando un cigarro, sorbiendo café, mirando de reojo tu NI. Los daneses no responden, pero él sí que que lo hace.
Es tu fiel compañero, tu número infernal, para bien o para mal. Está ahí, impertérrito. Te acompañará hora a hora, día a día, mientras dure esta cruzada en la que te metiste ya ni sabes porqué. Siempre ahí, bien visible ante los ojos de amigos y enemigos, conocidos y desconocidos, socios y competidores, chicas y chicos, cuñados, exjefes, exnovias, vivos y difuntos (supongo). Cuando llegue el último segundo de todos los segundos que tu campaña haya durado, marcará una cifra. Una cifra fría y solemne que certificará tu éxito o tu fracaso. Y que ya nadie podrá borrar. Y que ya todos lo sabrán. El reality-funding habrá acabado. Y tú te habrás despeñado. O no.
Así es: ando en pleno “Realityf”. Hace apenas unas semanas, tras meses de sudoraciones agudas, le dimos forma a nuestra idea de producto, finiquitamos un prototipo operativo de la Timeless Box, produjimos la mejor película que pudimos y, al más puro estilo “Julito & Friends in Miami (Beach)”, nos desabrochamos la camisa, cogimos un gin-tonic y subimos al escenario al grito de “Hey!, Here I am!”. Entonces, cruzamos los dedos y dijimos eso de “Virgencita, virgencita, que no huela”. Esperando que la gente no nos tirase tomates. Soñando con flores, loas y millonarias donaciones. Todo ello, con un cierto temblor de piernas también. Y flojera en el bajo vientre. Obvio.
A partir de ese momento, tu vida ya no es tuya. Algo se rompe. Te pierdes para siempre. Tu vida pasa a pertenecer a una fuerza interior que no te deja dormir, que te jode pelis, que te avasalla todo el rato, que te habla, que te pide incesantemente alguna de estas cosas:
A) Que hagas un refresh (¡pero ya!) de tu página en Indiegogo, a ver si algún desconocido japonés ha hecho un pledge (donación) y tu NI* ha subido X euros (* Con NI me refiero al ‘numerito infernal’, que es la cifra de dinero contante y sonante que llevas recaudada, siempre visible, siempre acusadora, siempre indolente).
B) Que te tomes otro café.
C) Que mandes más emails a más periodistas, a más bloggers, a más conocidos, a tu tía, a tus primos de Munich. ¡A quién sea! Para que lo publiquen o hablen de ello o compren una Timeless Box… o todo junto.
D) Que busques compulsivamente en Google las palabras clave de tu proyecto, a ver si alguien más ha publicado la noticia.
D-2) Si no sale nada, empieces a buscar otras palabras. La cuestión es buscar, buscar, buscar…
E) Que repitas el paso A)
F) Que repitas el D). Y el D-2).
G) Que, bajo ningún concepto, decidas dejar de fumar. Ni quedarte sin tabaco pasadas las ocho de la tarde, solo en la ofi, en una nave industrial gigantesca en un polígono cuyo nombre no recuerdo (por ejemplo).
Este escenario vital, que no exagero ni un solo pelo, digámoslo alto y claro: no es vida. Es un infierno. Una tortura china. Lo peor de todo es que puede durar hasta 40 días. Cuarenta interminables días en los que vives pendiente de un hilo. El hilo de un nuevo email en tu inbox indicando que alguien ha decidido echarte una mano y dejarse los cuartos apoyando tu idea. O no. Por si todo esto fuera poco, ahí están las estadísticas, repitiéndote que en más del 60% de los casos la cosa acaba mal y el reality-funding termina con el NI por debajo del límite mínimo solicitado (y con el emprendedor en la UVI musitándole a la enfermera que haga otro refresh, a ver si se había quedado la caché bloqueada y a última hora alguien desde San Francisco donó tres millones de dólares). Estas cosas pasan, no me las invento.
Hay, además, efectos secundarios graves. Cosas a vigilar. Una de ellas es que, a fuerza de hacerte pesado, tu dirección de email acabe siendo incluida en la lista negra de ‘spammers destacados’ de medios de comunicación de todo mundo. Para sortear este problema, tenemos a un dinosaurio como director de New Business, que va mandando notas de prensa sonrientemente. Me explico: un dinosaurio de plástico, naranja, de los chinos. Hasta tiene perfil en Linkedin. Algo ayuda. Aunque el día en que un periodista de Fast Company llamó preguntando por él, para entrevistarle, entendí que quizás habíamos ido demasiado lejos. Mi consejo en este asunto es claro: mejor ser pesado que ignorado. Tu dale al send hasta que alguien responda. No desesperes.
Otro efecto secundario de lanzarse a la aventura es el bien conocido ‘Efecto del cuñado cabrón’. Lo sientes en el momento en que parte del universo conocido empieza a mirarte de reojo, murmurando que “el producto es demasiado caro”, o que “la acción de PR no está bien hilvanada”, o que “no lo comunicas como toca”, etc. Porque, sí, eso también ocurre. De súbito, descubres que estás rodeado de expertos en marketing, diseño industrial y PR. Eso sí: solo se erigen en expertos en el momento en que se huelen que igual te la pegas. Antes, callaban y asentían. Dicho sea también, en aras de la verdad más absoluta, que por cada ‘cuñado cabrón’, suelen aparecer diez ‘ángeles conocidos’ que sueltan pasta, emails de ánimo, sonrisas y abrazos para ayudarte a que lo consigas. Es gracias a ellas y ellos que tiras ‘palante’. Son los imprescindibles para superar un reality-funding.
A nivel sociológico, sucede algo curiosísimo: te das cuenta de que en el mundo hay dos tipos de personas.
Tipo 1) Las que dicen que les encanta lo que haces, te likean en tres sitios a la vez, se deshacen en elogios, te mandan emails que te sonrojan… Pero no donan ni un mísero euro para ayudarte a hacer realidad tu proyecto.
Tipo 2) Las que, independientemente de lo que digan, desde el minuto cero se rascan el bolsillo y te ayudan, conscientes de que, sin ellas, sin su dinero, esta idea nunca será real.
Tu misión como emprendedor en pleno reality-funding es pelear por que las del Tipo 1) comprendan que esto no es una acción que busque un ‘like’ o un ‘cómo mola!’. Esto es un juicio sumarísimo a una idea. Es una espada de Damocles colgada de un sueño que en 30 días caerá y lo cortará a pedazos salvo que muchas personas decidan hacerlo realidad. Obviamente, no se trata de que chantajees emocionalmente a la gente para que acaben comprándote tu idea. De hecho, es bueno que muchos crowdfundings no salgan adelante.
Así depuramos el mundo de ideas malas. O, simplemente, de ideas que no hacen tanta falta como otras. Pero sí es importante dejarles claro a quienes adoran tu idea que no basta con eso, con adorarla. Que si no se mojan el culo, su culo, de nada te sirven sus ‘waos’. Que si les mola, hagan el favor de pasar por caja. Igual que como pasan por caja a por tabaco, cañas o parkings de madrugada.
Además, aquí surge otro problema. Un crowdfunding no es necesariamente el ‘test definitivo’ para valorar si un producto va o no va a funcionar. Esto es debido a que los procesos que hacen que unos proyectos triunfen y otros fracasen no son tan ‘transparentes’ ni orgánicos como pensamos. De entrada, cada plataforma (ya sea Kickstarter, Indiegogo o Verkami, por citar tres) es como un ‘miniuniverso googleiano’ donde el valor de estar en la home vale millones… pero lograrlo no es tan fácil.
Hay algoritmos secretos, rankings misteriosos y trucos extraños que pocos conocen de los cuales dependerá tu destino final. Saber tocar las teclas necesarias para ir subiendo en los escalafones hasta lograr ser mencionado en los medios habituales de cada plataforma es vital para sobrevivir en este mundo raro raro en que te has metido. Por eso, a veces, productos fantásticos se pierden en la página 234 de “most popular ideas”, mientras que tontadas inconcebibles levantan un cuarto de millón de dólares en apenas cinco o diez días de campaña. ¡Y tú que pensabas que esto iba de tener un buen producto y que te lo publicasen en Wired! Pues no, no es tan sencillo.
Pero, oiga, no se asuste: tenemos buenas noticias. No estás solo para navegar en estos mares. Hay un nuevo tipo de agencia que no imaginabas: las agencias de PR especializadas en campañas de crowdfunding. No solo eso. Están, también, las agencias de PR especializadas en campañas de crowdfunding en Indiegogo. Te enteras porque, a los pocos minutos de darle al botón y activar tu campaña, empiezan a bombardearte con spam por todos los canales que pueden. Y si bien muchas no dejan de ser engañabobos que poco valor pueden aportarte, las hay muy potentes que, si consigues que te echen un cable, pueden cambiar tu suerte sustancialmente.
Luego está todo el PR que puedas hacer. Ya sabes, del de toda la vida. Eso consume más energía que marcarte un triatlón a la pata coja. Pero hay que hacerlo. Primero, te conviertes en un ser pegado al teléfono, llamando a infinidad de nombres, empresas, radios, revistas. Luego, si hay suerte, entras en una ‘tournée gratuita’, plantándote en cada plató, emisora, café o redacción a la cual te inviten, con tu invento en mano y la mejor de tus sonrisas, a venderlo “todo, todo y todo”. Y luego, al volver a casa, te lanzas encima del iPhone a ver cómo ha ido, cuántas visitas ha generado, cuántos pedidos han entrado.
En paralelo a todo esto, aderezan tus maratonianas jornadas emails de constructores chinos que prometen entregarte tu producto en siete días laborables sin necesidad de que les mandes planos (siempre y cuando pagues ya, algo, por paypal). Y, durante las madrugadas (¡Ay, las madrugadas!), cuando el insomnio ataca, Google Analytics te descubre que hay una visita extraña procedente de Dinamarca, que lleva media hora en la home sin hacer click en ningún lado. Tú la miras, obseso, compulsivo, como pidiéndole que hable, que diga algo, que se pronuncie. Sueles hacerlo apurando un cigarro, sorbiendo café, mirando de reojo tu NI. Los daneses no responden, pero él sí que que lo hace.
Es tu fiel compañero, tu número infernal, para bien o para mal. Está ahí, impertérrito. Te acompañará hora a hora, día a día, mientras dure esta cruzada en la que te metiste ya ni sabes porqué. Siempre ahí, bien visible ante los ojos de amigos y enemigos, conocidos y desconocidos, socios y competidores, chicas y chicos, cuñados, exjefes, exnovias, vivos y difuntos (supongo). Cuando llegue el último segundo de todos los segundos que tu campaña haya durado, marcará una cifra. Una cifra fría y solemne que certificará tu éxito o tu fracaso. Y que ya nadie podrá borrar. Y que ya todos lo sabrán. El reality-funding habrá acabado. Y tú te habrás despeñado. O no.