El verbo que resistió al “long Tail”
By Ignasi Giró
Es curioso e intrigante observar cómo cambian algunas cosas y cómo se resisten a cambiar otras. En los años Ochenta, cuando me juntaba con mis amigos y hablábamos de música, pocas veces surgían grupos o artistas que yo no conociera previamente. Había una especie de monopolio en la industria musical que limitaba el acceso a los grandes medios de unas pocas voces, capitalizando prácticamente toda la atención de las audiencias. Ahora mismo, sin embargo, cuando hablo de música con mis amigos, muchos de los nombres que surgen eran desconocidos por mí antes de iniciar la conversación. La oferta es tan diversa y heterogénea que se vuelve prácticamente inabarcable. Así, cada uno de nosotros configura su microuniverso musical de manera personalizada, escogiendo nombres que se abren paso a velocidades endiabladas a través de redes sociales, MySpaces, radios online, Youtubes, iTunes y plataformas similares.
Es una consecuencia directa, otra más, de la llamada revolución digital. Primero, se democratizó el poder de grabar y editar un disco. Después, apareció la posibilidad de distribuirlo a nivel global sin grandes dificultades. Finalmente, se consolidó una oferta casi infinita, a escasos clics de tu oído. Sería de esperar, ante tal escenario, que los clásicos hits de los años ochenta terminasen por extinguirse, diluidos ante el volumen cada vez mayor de artistas y cantantes peleando por segmentos del mercado. Pero no. Pese a haberse suavizado, sigue existiendo el fenómeno del hit. Sigue habiendo cantantes famosos. Regularmente, alguien graba unas canciones, las sube a YouTube, empiezan a correr y se planta en un millón de visionados a las pocas semanas, pasando a ser uno de los pocos nombres que todos conocemos cuando charlamos con los amigos.
¿Por qué sucede esto? Cabría pensar que es debido a que esos artistas elegidos para la gloria tienen algo sustancialmente diferente, diríamos que mejor, de todos los demás tipos que han grabado una canción, la han colgado online y a duras penas han superado los cien visionados. Pero, ¿realmente es así? Creo que no. De hecho, siempre he pensado que, salvo en contadísimas excepciones, por cada artista que llega a ser main stream y logra dar la campanada, hay centenares de ellos con similares méritos artísticos que quedan perdidos en el inabarcable long tail. Y es que la razón por la cual aparecen los hits no son siempre los propios hits, sino un peculiar y caprichoso verbo que encandila a quienes los escuchamos.
Por mucho que reneguemos de las estrellas impuestas a golpe de talonario, por mucho que adoremos la libertad de elegir a nuestros grupos preferidos, hay algo que nos gusta tanto o más que eso... Nos gusta coincidir. No gusta entablar una conversación y estar de acuerdo en que un cantante es fantástico, o asentir con vehemencia cuando nos preguntan si hemos visto su videoclip. Nos gusta viajar al otro lado del mundo y descubrir sonando en una radio de Sydney la misma canción que sonaba en el taxi camino del aeropuerto. Sí, elegir, descubrir y recomendar nos encanta, pero coincidir... ¡Es uno de los verbos que más nos seduce! Y sin la existencia de unos pocos hits, sería imposible coincidir en nada, porque nadie conocería a ninguno de nuestros artistas favoritos.
Grandes marcas
Trasladando el razonamiento al mundo de las marcas, es fácil obtener similares conclusiones. Aunque el nuevo mundo digital haya traído infinidad de productos y servicios, aptos para casi todos los públicos, sigue habiendo al menos una razón de peso que justifica la existencia de unas pocas grandes marcas, fuertemente globalizadas y presentes en todos los rincones del planeta. Esa razón no es otra que el (¿secreto?) deseo que todos tenemos de coincidir con medio mundo en algunas de las elecciones que realizamos. Porque la satisfacción que produce comprar un iPod no se nutre únicamente de la fantástica experiencia de producto que ese artilugio ofrece. Se nutre, también, de la posibilidad de coincidir en que únicamente marcas como Apple (que no dejan de ser hits) pueden ofrecernos.
Coincidir. Un gran verbo a tener en cuenta. No sólo para justificar la existencia de pegadizas canciones del verano. También para recordarnos que, entre tanto cambio y revoluciones varias, algunas cosas permanecen (¿y permanecerán?) intactas.
Es una consecuencia directa, otra más, de la llamada revolución digital. Primero, se democratizó el poder de grabar y editar un disco. Después, apareció la posibilidad de distribuirlo a nivel global sin grandes dificultades. Finalmente, se consolidó una oferta casi infinita, a escasos clics de tu oído. Sería de esperar, ante tal escenario, que los clásicos hits de los años ochenta terminasen por extinguirse, diluidos ante el volumen cada vez mayor de artistas y cantantes peleando por segmentos del mercado. Pero no. Pese a haberse suavizado, sigue existiendo el fenómeno del hit. Sigue habiendo cantantes famosos. Regularmente, alguien graba unas canciones, las sube a YouTube, empiezan a correr y se planta en un millón de visionados a las pocas semanas, pasando a ser uno de los pocos nombres que todos conocemos cuando charlamos con los amigos.
¿Por qué sucede esto? Cabría pensar que es debido a que esos artistas elegidos para la gloria tienen algo sustancialmente diferente, diríamos que mejor, de todos los demás tipos que han grabado una canción, la han colgado online y a duras penas han superado los cien visionados. Pero, ¿realmente es así? Creo que no. De hecho, siempre he pensado que, salvo en contadísimas excepciones, por cada artista que llega a ser main stream y logra dar la campanada, hay centenares de ellos con similares méritos artísticos que quedan perdidos en el inabarcable long tail. Y es que la razón por la cual aparecen los hits no son siempre los propios hits, sino un peculiar y caprichoso verbo que encandila a quienes los escuchamos.
Por mucho que reneguemos de las estrellas impuestas a golpe de talonario, por mucho que adoremos la libertad de elegir a nuestros grupos preferidos, hay algo que nos gusta tanto o más que eso... Nos gusta coincidir. No gusta entablar una conversación y estar de acuerdo en que un cantante es fantástico, o asentir con vehemencia cuando nos preguntan si hemos visto su videoclip. Nos gusta viajar al otro lado del mundo y descubrir sonando en una radio de Sydney la misma canción que sonaba en el taxi camino del aeropuerto. Sí, elegir, descubrir y recomendar nos encanta, pero coincidir... ¡Es uno de los verbos que más nos seduce! Y sin la existencia de unos pocos hits, sería imposible coincidir en nada, porque nadie conocería a ninguno de nuestros artistas favoritos.
Grandes marcas
Trasladando el razonamiento al mundo de las marcas, es fácil obtener similares conclusiones. Aunque el nuevo mundo digital haya traído infinidad de productos y servicios, aptos para casi todos los públicos, sigue habiendo al menos una razón de peso que justifica la existencia de unas pocas grandes marcas, fuertemente globalizadas y presentes en todos los rincones del planeta. Esa razón no es otra que el (¿secreto?) deseo que todos tenemos de coincidir con medio mundo en algunas de las elecciones que realizamos. Porque la satisfacción que produce comprar un iPod no se nutre únicamente de la fantástica experiencia de producto que ese artilugio ofrece. Se nutre, también, de la posibilidad de coincidir en que únicamente marcas como Apple (que no dejan de ser hits) pueden ofrecernos.
Coincidir. Un gran verbo a tener en cuenta. No sólo para justificar la existencia de pegadizas canciones del verano. También para recordarnos que, entre tanto cambio y revoluciones varias, algunas cosas permanecen (¿y permanecerán?) intactas.